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jueves, 4 de abril de 2013

Hay una atmósfera extraña al entrar en la noche más triste


Y acá, sentado frente a la última reserva de la PC, corriéndole una cuadrera al reloj, la batería va cediendo, 3 velas suplen la luz cortada desde el mediodía, y en la estoica portátil a pila sigo sintonizando la magnitud de la catástrofe

Por:  Pablo Gallo 

Hipódromo de La Plata: Un verdadero escalón en desnivel
después del disco, con pozos a la vista: tremendo
La ciudad esta inmóvil. Se percibe en el aire. Hay una atmósfera rara, nueva, que no tiene edad ni fecha. Me pregunto si así, o parecido, será el olor de un terremoto, o el de la guerra.

Los comercios cerrados. Seres que asoman por las ventanas, tímidamente, tratando de comprender el panorama en un fraternal abrazo con el vecino. Un micro semivacío cruza sin ganas una avenida despoblada. Los semáforos apagados, los celulares que ni suenan y las líneas de teléfono no captan ni responden los llamados.

Barrios enteros anegados. En la periferia, y también dentro del perímetro de la capital bonaerense, grupos de hambrientos han saqueado supermercados. Pero esta sensación de miedo, diferente a la inseguridad permanente a la que nos acostumbraron, trae cuadros de oscuridad profunda cuando cae la noche y todavía existen personas desaparecidas o extraviadas bajo la furia de la lluvia más violenta de la historia platense. Hay otras caminando con linternas, como zombies, aguardando bondis, taxis o remisses que no llegan.

El temporal, al mirar el cielo ahora límpido mientras cede al crepúsculo, es una suerte de pesadilla, una ficción de un martes de carreras, cuando los eucaliptos empezaron a mecerse y las canchas del Bosque se convirtieron en riachuelos. Al rato, una explosión en la destilería de Ensenada pintaba el poniente del martes de un naranja ígneo, y quienes viajaban en el 275, bajo la tempestad, creyeron dirigirse hacia el fin del mundo.

Hoy es miércoles y la ciudad se ha detenido. Se habla de 40, de 50 ó 60 muertos. El almacenero que fue abrir el negocio y la correntada se lo llevó. El burrero anónimo que todavía no regresó a su pensión tras gritar a Mary Sol y cobrar afuera, empapado de sagrado fuego. Sobran las casas arrasadas, con 1.75 ó 2 metros de agua. Sobran, y se cuentan por miles, las familias que lo han perdido todo. Pasan ambulancias y camiones de Gendarmería y Defensa Civil. Por el cielo, helicópteros de la Cruz Roja y del Ejército. Son gestos de nuestra vulnerabilidad.

“Antes jamás llovía tanto”, dicen los mas viejitos. “Se inundaron lugares que no se inundaban nunca”, afirman por todas partes. Son los ecos del deshielo extremo de los casquetes polares por el calentamiento global. Los desagües pluviales del Gran La Plata han colapsado, y los del radio céntrico también. Oyentes reportan a las FM locales que hay cadáveres en esquinas muy distantes entre sí, pero abrazadas en el abismo de la desolación. Y acá, sentado frente a la última reserva de la PC, corriéndole una cuadrera al reloj, la batería va cediendo, 3 velas suplen la luz cortada desde el mediodía, y en la estoica portátil a pila sigo sintonizando la magnitud de la catástrofe.

Los puentes solidarios se tienden en la tragedia. Por el mágico “arte de vivir con fe, y sin saber con fe en qué” cantado por los Paralamas sobre los inundados de las favelas. En las antenas de TV que imagino pero no veo, en reportes callejeros, rebota la bronca de la población evacuada, la indignación porque sus impuestos no se destinan a las obras de infraestructura imprescindibles para prevenir, para amenguar el impacto de un posible fenómeno singular, esta vez casi sobrenatural.

En menor escala, el turf de las Diagonales es el espejo exacto, traslucido a través de una tormenta perfecta, de ese esquema corrupto, abusivo e ineficaz: bastó una hora de lluvia sostenida para que no se pudiera seguir corriendo. Y el vendaval lo sacó de circulación, quién sabe si por al menos una semana más.

La ciudad esta inmóvil. Se percibe en el aire. Hay una atmósfera extraña al entrar en la noche más triste. Sin energía eléctrica, sin agua, sin saber cómo están tantas personas que queremos en Tolosa, en La Loma, en Los Hornos, en Berisso, en La Cumbre, en Barrio Aeropuerto o en la zona de la Estación.

El dial informa de nuevos hallazgos macabros; de la explosión de una planta de azufre en Gonnet; y da testimonios de actos heroicos en medio de la tragedia. Se solicitan almohadas, colchones, medicamentos, alimentos no perecederos. La ciudad de Dardo Rocha se halla a oscuras, y pide ayuda en la emergencia de la desesperación.

En 44 al fondo, sostenido con alambres, y aferrado sólo a gloriosos pergaminos de profesionales señeros y colosales ejemplares, apuntalado sólo por la abnegación de sus trabajadores, el Hipódromo de La Plata agoniza. Personajes inescrupulosos quieren matarlo, y la naturaleza abrió de par en par sus llagas. Pero aun en la noche más triste se niega a morir

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