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viernes, 7 de noviembre de 2014

Cuadreras: ¿cómo es un día en el turf cuadrero?


Tienen más de dos siglos de existencia y se organizan en toda la Argentina. El circuito de espectadores, criadores, transportistas y apostadores detrás de una actividad…  ¿En peligro de extinción?


Texto de BANDERA VERDE

¡Dale petizo viejo nomás!, 
¡Dale petizo viejo nomás!,  
¡Dale petizo viejo nomás! 

El grito de guerra prolifera, se multiplica. Es un sonido gutural que se repite en cada reunión cuadrera en los pueblos del interior argentino. El sonido busca al jinete y al caballo, tratando de inculcarles esa gota de aliento necesaria para que crucen el disco en primer lugar. Tras la hazaña, niños, mujeres y hasta señores panzones, saltarán sin miramientos el alambrado de tres hilos para meterse a la pista a festejar con sus héroes. Y, claro, después pasarán por las boleterías. 
Esta escena se repite todos los fines de semana, sin prensa y sin cámaras de televisión, en casi todas las provincias, a espaldas de los tres grandes templos burreros de la Argentina: San Isidro, Palermo y La Plata. 

Lejos de la tradición bicentenaria de los hipódromos -con un ideario más parecido al de Isidoro Cañones, su picardía porteña, los clásicos en Palermo, el Gran Premio Carlos Pellegrini 

El paso del invierno a la primavera dejó su marca en los milímetros de agua que anegaron la meseta entrerriana y las cuadreras se suspendieron tres fines de semana consecutivos. "Con demora, pero se corre", nos avisaron, la fecha en que el agua permitió la cita. 

Para nuestro arribo, la mesa de remates está en plena organización para poder recibir apuestas de la primera de las diez carreras que presenta el programa. En una cuadrera se llama remate a la mesa que recibe las apuestas. Estas arrancan en $20 o $50 y pueden llegar a superar los $1.000 sin dificultad. En una misma carrera se apuesta por varios juegos, tantos como el martillero sea capaz de abrir entre los apostadores, mientras los caballos son exhibidos en la “Redonda” por los peones. Tan solo en la primera carrera, la que corren los pingos menos calificados, se apostaron alrededor de $8.000.-

Las carreras se dividen en categorías no del todo estancas: caballos ganadores, caballos perdedores, clásicos (donde corren los mejores) y en alguna ocasión una polla de potrillos. La polla de potrillos es una de las cuadreras más atractivas para el público burrero: se trata de una carrera de potrillos que corren casi inmediatamente después de haber sido domados. Esto garantiza que los animales corran en un estado semisalvaje, que Mario, uno de los organizadores, se ocupa de constatar visitando localidad por localidad  a los pingos. Mario también se encarga de comprometer a los cuidadores en la carrera y verificar que no haya "metida de perro", como llaman a la anotación de un caballo muy parecido a otro. Aunque no es lo más frecuente, porque en el ambiente todos conocen a los animales, la trampa existe. 


Más allá del atractivo de los animales y los jockeys, otros personajes resultan claves en las reuniones. Jorge es uno de los rematadores célebres que van de pueblo en pueblo dirigiendo las apuestas. Cuando baja del piso de madera apoyado sobre pilotes, simulando un escenario que lo eleva por encima del público como un predicador, Jorge se presenta como "Martillero Público Nacional, a sus órdenes". La aclaración no es en vano: algunos de los rematadores de las cuadreras carecen del título que le otorga algo de espalda legal a su actividad, aunque para ser justos, el sistema entero de apuestas en las cuadreras está fuera de la ley y de los controles de la AFIP. Lejos de este debate, Jorge celebra su oficio parlanchín con estilo: 


"¿No hay 200 para la tordilla? ¿Quién pone? ¡Vamos che, lindo remate! 200 a la tordilla y vendí, Dueño.  De arriba para abajo quien tiene; 100 al Negrito, ponele gorra. 200 para La Chola. ¡Vamos! ¿Quién le pone 200 a la chola? 200 a la chola y ya vendí, yayo. ¡Ahí está! Última platita a jugar. ¡Vamos! 100 por el 3, ¿100 al Don Coco? Dueño. 50  a el 4; ¿no hay 50 para Morito?, vendido, ponele anteojos. 100 del 5, 100 del 5; 50, 50, 100 y vendí, Marcelo. 200 tengo acá para la tordilla y vendí, dueño. Gracias  amigazo, ¡y a correr,  mandando los caballos a la cancha y a correr!", declama. 

Comenzando por los nombres de los caballos, todo parece en el turf cuadrero parte de "El idioma analítico de John Wilkins", el cuento de Borges que incluía una enciclopedia inverosímil de animales pertenecientes al emperador chino. Lo que Jorge remataba eran las apuestas por la tercera carrera de 350 metros, en la que competían seis caballos según el programa: Negrito con el 1, la chola con el 2, Don Coco con el 3, Morito con el 4,Nenito con el 5 y Carta Blanca con el 6. 

Los caballos son anotados mediante un depósito, también conocido como “Dentro” o inscripción, que ronda entre $300 y $1.000 según la importancia de la carrera. La organización de la carrera también pone un monto similar al que aporta cada stud y no efectúa descuentos sobre ese primer pozo, que va a parar directamente al bolsillo del ganador. Esta es la manera en que los organizadores se aseguran de que los competidores no se lleven, a último momento, su caballo a otra cuadrera. En caso de ausencias, el dinero no se devuelve. 

Después de la tercera carrera, Jorge viola el estatuto del rematador y revela alguno de sus secretos: "Se trata de que todos los caballos reciban apuestas. Una vez que lo logras, volvés a rematarlos dentro de la misma carrera por otro dinero, hasta que nadie más levante la mano. Tenés que seducir al propietario, pero también a sus amigos y a la barra seguidora del animal, porque los caballos también tienen hinchada. No sé si me viste, pero le pedí doscientos a un tipo y me dijo que sí, le pedí cuatrocientos al mismo y me dijo que sí, le pedí mil y me volvió a decir que sí. Resulta que al tipo yo lo conozco y sé que le gusta apostar mucha plata, entonces lo busco hasta que lo encuentro". 

Luego aporta datos acerca de las comisiones: "La comisión organizadora saca un porcentaje que varía según el juego, la cara de los apostadores y los dueños de los caballos. Son muchos factores, pero nos quedamos entre el 15% y el 30% de lo apostado. Cuando el caballo es demasiado favorito, requiere que se le apueste más dinero, pero da menos de ganar". 

Uno de los apostadores, Diego, de Concordia, apostó su dinero a la yegua Carta Blanca: "Esa tordilla me gusta, la vi correr en Federación  y ese día no le aposté y ganó. Los conozco a todos menos al Negrito, que lo compró una gente de Chajarí hace poco". El burrero no quiere divulgar el monto de su apuesta, pero el resultado finalmente no lo favoreció. Aunque Carta Blanca  llegaba desde Federación con buenos pergaminos y La Chola, de Concordia, lideraba las apuestas, el ganador fue Don Coco, que venía de Los Charrúas  un poco tapado, salvo, claro está, para Roberto, el propietario del animal y del stud El Desquite. "Tengo dos potrillos, una yegua y el Don Coco, que acaba de cumplir siete años, aunque yo lo tengo hace cuatro. Es un ganador, pero la última la perdió acá mismo por un hocico. Le aposté $5.000 y estimo que como mínimo vamos a duplicar la apuesta", se entusiasma Roberto. 



El jockey que se llevó la carrera mide 1,50 metros y tiene hombros anchos como el ekeko, además de una destreza total arriba del animal. Se trata de Eduardo, uno de los más ganadores de las cuadreras, que está cerca del retiro: "Les voy a batir el récord a todos, corro desde hace 30 años y gané mi primer carrera a los once. Corrí hasta el 2000 en los hipódromos. Ahora corro para los caballos cuadreros. Peso más de 56 kilos porque ya no me cuido, aunque no hay mejor gimnasia que la del caballo. Pienso seguir un año más".  

Las cuadreras no son estrictas con respecto al uso de una pequeña dosis de estimulantes para hacer que el animal arranque más rápido en la partida, ni tampoco se hacen controles antidoping, que sí existen en los hipódromos. Sí son rigurosos respecto del peso del jockey, que no puede bajar de los kilos estipulados en el programa. Una vez concluida la carrera, el jockey es llevado sin escalas a la balanza para constatar que no haya bajado más de quinientos gramos durante la competencia. 

Si bien en las cuadreras todos apuestan, los números grandes son jugados por los propietarios de los caballos. Aunque antes ocurrían, ya no son tan usuales las peleas sobre qué caballo ganó. El dinero se pone antes de que los animales corran y, en caso de dudas, se constata el resultado con fotografías tomadas frente al disco. Tanto los martilleros como los apostadores se conocen entre sí y hay un sistema de confianza generado a lo largo del tiempo. 

En la mayoría de los casos, las únicas peleas que ocurren son en torno a las gateras de donde parten los caballos. Las gateras tienen un sistema de puertas imantadas que son abiertas por un especialista. En esta pista, quien detona a la distancia la apertura de las puertas como si fuera dinamita es José, un hombre que menos de jockey, por su enorme humanidad, ha trabajado de todo en este mundillo: "Me dedico a los caballos desde hace treinta años. Tuve caballos que corrieron en los hipódromos, muchos de ellos ganadores. Pero ahora trabajo con las gateras y me manejo por la zona. Cobro $2.000 por jornada". 

El trabajo de José solo se complica cuando ocurren errores que lo ponen en el centro de la tormenta, como pasó en la séptima carrera: el sistema falló y las puertas se abrieron solas antes de que uno de los competidores terminara de acomodarse. Indignado, uno de los cuidadores encaró al starter  de mala manera. "Siempre lo mismo, hermano, me estás perjudicando", le dijo. José reconoció que se trató de una falla, los caballos volvieron a las gateras y largaron de nuevo. El problema es que los animales gastan tanta energía en el momento de la partida que una falla en la salida puede considerarse motivo de una derrota posterior. 

Las cuadreras descansan sobre un limbo delgado entre lo legal y lo clandestino. Pese a que son reuniones multitudinarias, la discusión sobre su estatus tiene casi doscientos años. En el libro Historia social del gaucho, Ricardo Rodríguez Molás escribió que en 1823 los hacendados les escribieron a las autoridades de la provincia de Buenos Aires para que fuera reprimida toda la actividad de juegos, naipes, tabas y cuadreras que se desarrollaba en torno a las pulperías, porque los patrones no tenían garantizada la presencia de sus peones conchabados. El campo bonaerense comenzaba a forjar la nueva Argentina agro exportadora y hacía falta mano de obra. Fue el 17 de diciembre de ese año que la Junta de Representantes de Buenos Aires sancionó la Ley Militar, "determinando que personas competentes y autorizadas remitan al ejército permanente a los ociosos sin ocupación en la labranza y otro ejercicio útil". 

En la actualidad, algunas provincias tienen su legislación referida a la actividad turfistíca y a las cuadreras. En el caso de Buenos Aires, la Ley 9233 faculta a los municipios a realizar "cuadreras por andarivel" con una normativa más que ambigua.
En la provincia de Entre Ríos se está trabajando en una ley que contemple toda la actividad y es impulsada por los hipódromos de la provincia. En esta primera instancia solo están contemplados los óvalos provinciales y no se contempla a las cuadreras que quedarían excluidas, por el momento, de la nueva ley. Solo se contempla la actividad y las apuestas realizadas dentro de los escenarios con categoría de hipódromos.

Luis es un simple espectador que años atrás supo hacer correr a sus propios caballos, hasta que ocurrió una tragedia: "Nuestro caballo Delfino venía corriendo con mi yerno, que era el jockey, y un hombre se cruzó en la pista. En la embestida murieron el hombre y el caballo, y solo se salvó mi yerno. Desde entonces sigo en esto, pero solo me dedico al transporte de caballos. Tengo un tráiler y mi camioneta y con eso me la rebusco".  

Las apuestas en las cuadreras son gestionadas, administradas, cobradas y pagadas por la comisión organizadora, no por la municipalidad, aunque a veces se realizan a beneficio de una entidad pública o una escuela, etc.  

Las cuadreras se promocionan siempre "a beneficio de", rótulo que las mantiene a salvo de los controles impositivos. Por esta razón, tanto las entradas al evento, que cuestan entre $80 y $200, como lo recaudado por la cantina, comedor, etc., se destina a escuelas, hospitales o entidades culturales. Otro destino tiene el dinero fuerte que mueven las apuestas, que se divide entre los actores que lo han generado: stud, propietarios de caballos y comisión organizadora. 


Martín integrante de la comisión organizadora, explicó que la cuadrera del mes de abril de este año recaudó en apuestas alrededor de $60.000. La cantina, parrilla y comedor, otros $15.000, que fueron a beneficencia. Esa fue considerada una "buena reunión".

 Las cuadreras se repiten en diferentes localidades cada quince o veinte días. El circuito de la región incluye, a Concordia, Los Charrúas, Chajarí, Federación, Viale, Nogoya, Hernández, Conscripto Bernardi, María Grande,  entre otras localidades. Las entrerrianas son chicas en comparación con las de Corrientes, Santiago del Estero, el Chaco o La Rioja.

En tiempos de hipódromos en crisis, las cuadreras – en su versión informal y campera- están más vigentes que nunca, aun cuando hay un proyecto de ley que amenaza con su existencia.  

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