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lunes, 24 de julio de 2017

El veterinario que amplió su horizonte y supo dar cátedra

Murió el cirujano, entrenador y docente universitario Carlos Carabajal, que hizo del caballo el sujeto de su estudio y su pasión. 

Por Gustavo Gonzalez - LA NACION 

Foto: Diario LA NACION

Murió el doctor Carlos Carabajal. El hijo de Agapito y sobrino de Roberto, entrenadores ambos, el segundo, cuidador del ilustre Congreve. Antes de ser él mismo preparador de caballos sangre pura de carrera, Carlos se recibió de veterinario y fue de los buenos, pionero de las operaciones de rodillas en equinos.

Un veterinario que se había formado con los mejores y que muy joven debió casarse con su novia, Cristina, por el simple apuro de que ese trámite era requisito para ingresar como residente en el haras El Candil. Un sueño para cualquier profesional, hace 50 años. De ese "trámite" nacieron nueve hijos, uno de ellos Lucrecia Carabajal, la jocketa que tiene el récord de carreras ganadas en este país, superando a la leyenda Marina Lezcano; y Carlos, veterinario en Miami, y Andrés, entrenador en España.

Su camino en la medicina equina siguió en otras cabañas, como Rincón de Luna y La Madrugada y después atendiendo a los caballos en training, en las caballerizas Ojo de Agua, Abolengo, El Turf. Pero quizás el aporte más grande de Carlos Carabajal haya sido en la docencia, como profesor universitario y, en los últimos tiempos, en su Instituto de Enseñanza del Caballo de Alta Competencia o en el curso de Entrenadores del Jockey Club, que impartió en el hipódromo de San Isidro. El primero, dedicado a todos los interesados en entrar en la cocina del proceso que abarca al pura sangre desde el nacimiento en el haras hasta que sale a la competencia, dos años después como mínimo. Todos podían asistir, apenas muñidos de la pasión por el caballo y sin títulos ni cargas previas. La cátedra que impartía en el hipódromo de San Isidro, en cambio, estaba destinada a personal de caballerizas y familiares de profesionales.

Con el título en cualquiera de los dos, se podía incluso acceder a un examen para obtener la patente de entrenador, aunque en el que Carabajal ofrecía en su casa-aula no tenía esa pretensión única. "Yo no le prometí la licencia de entrenador a nadie; al contrario, los he desalentado. El que sale de este curso debe haberse sometido a evaluaciones previas a buscar la licencia", le dijo a la nacion en una entrevista.

El trofeo del Carlos Pellegrini del Año, en 2011, que fue para los trabajadores del turf, se lo entregó a él Enrique Olivera, el ex intendente de Buenos Aires y presidente entonces del Jockey Club, del que fue compañero en la escuela primaria y secundaria, y al que le armó su haras, Los Olivos. Más que al amigo, Olivera reconocía a un buen representante de la tarea hípica.

Carabajal fue el entrenador de Ordak Dan, el caballo que le dio la gran satisfacción de ganar el Gran Premio 25 de Mayo siendo un batacazo para todos -menos para él- que le había dado un vareo digno de los tiempos de oro del turf argentino. Ese mismo caballo le permitió tener un gesto de desprendimiento infrecuente: a la vuelta de su frustrada primera incursión en los Estados Unidos, para correr la Breeders' Cup Turf, decidió que no estaba en condiciones de conducir su campaña como sí estaba el caballo listo para continuar sus hazañas, y recomendó que lo preparara otro entrenador, Carly Etchechouy, que no sólo reeditó por duplicado la conquista del 25 de Mayo, la última hace unos días, a los 9 años, sino que cumplió con el sueño de sus propietarios, los del stud Misterio, de Gualeguay, de competir en los Estados Unidos.

"Hice todo y no me quiero ir del turf sin transmitir mis aciertos y mis errores. Intento hacer que la gente se sienta más importante desde el lugar que ocupe, sea propietario o entrenador, respecto de su caballo", le había confesado a la nacion Carlos Carabajal. Seguro que cumplió.




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