Murió el cirujano, entrenador y docente universitario Carlos Carabajal, que hizo del caballo el sujeto de su estudio y su pasión.
Por Gustavo Gonzalez - LA NACION
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Foto: Diario LA NACION |
Murió el doctor
Carlos Carabajal. El hijo de Agapito y sobrino de Roberto, entrenadores ambos,
el segundo, cuidador del ilustre Congreve. Antes de ser él mismo preparador de
caballos sangre pura de carrera, Carlos se recibió de veterinario y fue de los
buenos, pionero de las operaciones de rodillas en equinos.
Un veterinario
que se había formado con los mejores y que muy joven debió casarse con su
novia, Cristina, por el simple apuro de que ese trámite era requisito para
ingresar como residente en el haras El Candil. Un sueño para cualquier profesional,
hace 50 años. De ese "trámite" nacieron nueve hijos, uno de ellos
Lucrecia Carabajal, la jocketa que tiene el récord de carreras ganadas en este
país, superando a la leyenda Marina Lezcano; y Carlos, veterinario en Miami, y
Andrés, entrenador en España.
Su camino en la
medicina equina siguió en otras cabañas, como Rincón de Luna y La Madrugada y
después atendiendo a los caballos en training, en las caballerizas Ojo de Agua,
Abolengo, El Turf. Pero quizás el aporte más grande de Carlos Carabajal haya sido
en la docencia, como profesor universitario y, en los últimos tiempos, en su
Instituto de Enseñanza del Caballo de Alta Competencia o en el curso de
Entrenadores del Jockey Club, que impartió en el hipódromo de San Isidro. El
primero, dedicado a todos los interesados en entrar en la cocina del proceso
que abarca al pura sangre desde el nacimiento en el haras hasta que sale a la
competencia, dos años después como mínimo. Todos podían asistir, apenas muñidos
de la pasión por el caballo y sin títulos ni cargas previas. La cátedra que
impartía en el hipódromo de San Isidro, en cambio, estaba destinada a personal
de caballerizas y familiares de profesionales.
Con el título en
cualquiera de los dos, se podía incluso acceder a un examen para obtener la
patente de entrenador, aunque en el que Carabajal ofrecía en su casa-aula no
tenía esa pretensión única. "Yo no le prometí la licencia de entrenador a
nadie; al contrario, los he desalentado. El que sale de este curso debe haberse
sometido a evaluaciones previas a buscar la licencia", le dijo a la nacion
en una entrevista.
El trofeo del
Carlos Pellegrini del Año, en 2011, que fue para los trabajadores del turf, se
lo entregó a él Enrique Olivera, el ex intendente de Buenos Aires y presidente
entonces del Jockey Club, del que fue compañero en la escuela primaria y
secundaria, y al que le armó su haras, Los Olivos. Más que al amigo, Olivera
reconocía a un buen representante de la tarea hípica.
Carabajal fue el
entrenador de Ordak Dan, el caballo que le dio la gran satisfacción de ganar el
Gran Premio 25 de Mayo siendo un batacazo para todos -menos para él- que le
había dado un vareo digno de los tiempos de oro del turf argentino. Ese mismo
caballo le permitió tener un gesto de desprendimiento infrecuente: a la vuelta
de su frustrada primera incursión en los Estados Unidos, para correr la
Breeders' Cup Turf, decidió que no estaba en condiciones de conducir su campaña
como sí estaba el caballo listo para continuar sus hazañas, y recomendó que lo
preparara otro entrenador, Carly Etchechouy, que no sólo reeditó por duplicado
la conquista del 25 de Mayo, la última hace unos días, a los 9 años, sino que
cumplió con el sueño de sus propietarios, los del stud Misterio, de Gualeguay,
de competir en los Estados Unidos.
"Hice todo
y no me quiero ir del turf sin transmitir mis aciertos y mis errores. Intento
hacer que la gente se sienta más importante desde el lugar que ocupe, sea
propietario o entrenador, respecto de su caballo", le había confesado a la
nacion Carlos Carabajal. Seguro que cumplió.
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