Gustavo
S. González
PARA LA NACION
En el momento en
que la nieve era más intensa en aquel 9 de julio, siete caballos y siete
jockeys dieron espectáculo en el Clásico Chacabuco, que Calidoscopio ganó por
la cabeza ante Ibope.
La largada del
Clásico Chacabuco;
Calidoscopio, a la izquierda, justo de celeste
y blanco el 9
de julio. Foto: Juan Sandoval/HAPSA
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Hace 10 años,
Buenos Aires vivía la segunda nevada de su historia y el turf le hacía honor a
su prosapia, la de correr en cualquier condición climática, para sumarse y
hacer su propia historia. La pista de arena de Palermo no podía clasificarse
más que como húmeda, pese al manto blanco, y Calidoscopio, el caballo con su
destino de héroe, ganó el Clásico Chacabuco, una carrera de 2500 m que se largó
en el momento en que la nieve era más intensa.
Los jockeys
usaron breches para lluvia y guantes. "Nieve era la que había en Neuquén,
donde, llegado un momento, tenían que suspenderse las carreras", decía el
jockey José Méndez,que luego sería protagonista del clásico. Y Jorge Valdivieso
graficó el rigor de la tarde: "El frío atravesaba hasta los guantes".
El final,
espectacular, aportó el mejor momento, el de más calor en el hipódromo porteño,
al que se atrevieron los incondicionales pero no masivamente en las tribunas,
sino en los salones, a resguardo, en una jornada en la que la mayoría de los
ciudadanos sólo asomó la nariz para sacar fotos. Los que se expusieron fueron
caballos y jockeys. En la recta final, Calidoscopio e Ibope, Jacinto Herrera y
el Corto Méndez. Una batalla, sin miedo a la inestabilidad que subía desde la
superficie. La diferencia en el disco fue de una cabeza.
Calidoscopio, el
elegido, el caballo que se recuperó de cada escollo en su camino, ganó por la
cabeza, nada más. En 2012, cuando el hijo de Luhuk y Calderona, criado en el
haras La Quebrada y con los colores del stud Doña Pancha, estremeció el
hipódromo de Santa Anita, cerca de Los Ángeles, y asombró al turf del mundo,
cuando ganó la Breeders' Cup Marathon (2800 m), después de atropellar desde el
último puesto, a 20 cuerpos de los punteros, hasta el último codo.
Tal vez, el
espíritu caudaloso que afloró en los caballos de carrera y sus jinetes, con
valentía e innegable estoicismo, en aquella tarde/noche que Buenos Aires no
olvidará, fue el mismo que llevó a Calidoscopio a alcanzar aquella hazaña en
los Estados Unidos.
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