Misterios de una
vida larga y vibrante, de familias de hacha y tramperas, muchachas de amansar
potros y pasarla feliz, con austeridad.
Natalia - Foto: Daniel Fiorotto |
por : Tirso Daniel Fiorotto – Diario Uno
Entre Ríos
Oriundos de
Médanos, en el sur entrerriano. Descendientes de canarios, criollos y pueblos
originarios del "país de los matreros" que pintó Fray Mocho.
Con la energía y
las chanzas de un muchacho, morocho y fornido, Mario cumplió 83 años hace una
semana. Natalia, su mamá, apagará 119 velitas el 27 de julio, y por eso se anota
entre las mujeres más longevas del planeta. Era niña cuando murió Fray Mocho,
que retrató a las comunidades de las islas y los campos bajos.
Hoy comprende y
responde, y si a la tercera palabra se le apaga la voz, le alcanza para un
"gracias, las merece", cuando ya ha recordado sus lindos tiempos de
ranchera, tango y chamamé.
Fueron peones de
las antiguas empresas Garovaglio & Zorraquín y Celulosa Argentina. Natalia
Pantaleona Reynoso, domadora de caballos en la Estancia Nueva como su padre,
Pedro Reynoso, vive curiosamente en el barrio Hipódromo, de Gualeguaychú.
Sentada, un
tanto inclinada y atenta, su media voz no nos engaña: algo nos dice que la
viejita oculta un galope adentro, un corcovo, y si una palabra no se escucha
bien uno la siente vibrar allí, comprende el entusiasmo vivo, esa inercia que
el paso de los años no frena.
Tres siglos
"Es una
mujer de tres siglos", nos aviva el amigo Nahuel Maciel y es cierto,
porque fue engendrada en el siglo 19, y transita el 21. Cada 27 de julio es una
fiesta en el barrio, todos saben allí que Natalia es la reliquia del pago.
Está al cuidado
de su hijo Mario Julio Morales, que fue obrajero en los montes, con hacha y
motosierra, y nutriero como la mayoría de los habitantes de los campos bajos y
las islas del delta. Les ayuda Graciela Guerrero, una vecina con 58 años que
hace 16 acompaña a Natalia durante las 24 horas del día. Todo allí es muy
sobrio, muy humilde, muy limpio, muy cordial. Uno entra y se siente en casa.
Mario tiene la
actitud que algunos estudiosos señalan en los charrúas: una sonrisa como
respuesta, una chanza para evitar precisiones, alguna indirecta para los
políticos que suelen sacarse fotos pero se olvidan apenas cruzaron el umbral.
Uno piensa que
este tesoro de los panzaverdes que es Natalia Pantaleona, con nombre de amazona
y más que nombre, debiera estar atendida entre algodones a su edad y es así,
pero con demasiadas exigencias para la voluntad. En Paraná, una empresa
encargada del cuidado de personas mayores cobra 30.000 pesos mensuales para
garantizar la presencia de un acompañante durante ocho o nueve horas al día.
¿No habrá en Gualeguaychú una colaboración municipal, provincial o nacional,
para que a los Morales, Reynoso, Guerrero, se les haga más llevadera la bella
tarea de vivir para contarlo, después de tantos años de trabajo? Si cargamos un
orgullito manso por sabernos entre abuelas, ¿no se traducirá eso en algún
acompañamiento contante y sonante para la buena de Graciela Guerrero, ya que de
carne somos?
Y es que estamos
ante un caso de excepción. Mario tenía un rancho propio pero tropezó con una
muerte en legítima defensa, intervino la llamada justicia, y hoy se ve obligado
a alquilar. Y Natalia necesita, como es lógico, atenciones permanentes.
Segundo banco
La vida austera
no quita a la familia una actitud positiva, alegre, plena en anécdotas y
comentarios ocurrentes:
—¿Usted fue a
la escuela en Médanos, Mario?
—Sí... No sé si
no pasé segundo banco (ríe).
En esa misma
autenticidad, la conciencia de clase:
—Mucha gente
se dedicaba a la nutria, como usted.
—Sí, pero vale 1
peso el cuero. Ahí lo pagan 1 peso, los grandes lo venden a Buenos Aires a 400,
500 pesos...
—¿Por qué se
vino a Gualeguaychú?
—Me vine porque
yo estaba en la Celulosa y nos trajeron cuando la creciente del 82. Nos largaron
ahí en el puerto y chau pinela. Yo tenía mi rancho hecho acá y todo. Y ahí ya
no fuimos más.
—Los dejaron
nomás, y no los indemnizaron.
—¡No! Y después
íbamos a preguntar por los dueños de allá y no, no había ningún dueño. ¿Y usted
qué es? Y no, nosotros somos administradores nomás. Unos empleados como
ustedes...
—Nunca se
acordaron.
—No, no, los
dueños no están, no existen.
Las respuestas
de Mario terminan en una sonrisa que dice más que todas las palabras. Podría no
hablar, y uno entendería.
Pese a todo, se
hizo placero en Gualeguaychú y se jubiló en ese oficio.
Recuerda sus
tiempos de trabajo en la isla, en el campo, sea a caballo o en canoa, y extraña
la motosierra y la libertad del campo. Dice que en su juventud el sueldo
alcanzaba bien para vivir con tranquilidad, y por ahí, cuando analiza que en
esas épocas no quedaba ningún registro de sus tareas, y la patronal no hacía
aportes jubilatorios, apunta: "Éramos esclavos. ¡Qué te parece!",
pero eso en el plano laboral, porque de sus oficios y la vida en Médanos, las
islas y la estancia guarda los mejores recuerdos.
Viejas
cuñadas
El periodista
Diego Elgart de Gualeguaychú dice que Natalia le contó el año pasado que su
madre Paula Gutiérrez era descendiente de canarios. Nosotros se lo preguntamos
y ella se limitó a decir que "puede ser". Nos interesaba el
testimonio porque hace pocos años entrevistamos en Larroque (junto al músico
Miguel Martínez, el Zurdo) a Ramona Garay, una mujer de las islas Lechiguanas y
Mazaruca, con ascendientes canarios. Tenía entonces 102 años y vivió hasta los
106. Ramona no conoció médico ni maestra hasta que era muy mayor, y resultaba
fácil descubrir en esa mujer hondos saberes sin escuela. Lo mismo Natalia.
Ramona era más
de la canoa y la isla, y Natalia Pantaleona de a caballo.
Casualidades,
nos contó Mario Julio Morales que conoció a Ofrasio Garay, hermano de Ramona, y
que otro de sus hermanos, Macedonio Garay, fue el último marido de Natalia
Reynoso, su mamá. Es decir, Ramona y Natalia fueron cuñadas. Una vivió hasta
los 106, la otra va por los 118.
A su vez, Mario
recordó que si bien él lleva el apellido Morales, su padre fue Bonifacio
García, con parientes en el Uruguay (Fray Bentos), y nosotros recordamos que el
marido de Ramona Garay se llamó Ángel García. "Creo que eran primos",
calculó Mario.
Ramona Garay nos
contó aquella vez que les decían canarios, tanto a su familia como a los
García.
Según Mario, los
más morochos entre todos sus familiares, de donde sacó la piel oscura, eran
precisamente los García.
Antes, le había
contado a Elgart: "una vez mamá me dijo que su meta es llegar a los 120
años de edad como su madre Paula Gutiérrez, que falleció a los 120 años; y su
padre Pedro Reynoso murió a los 112 años".
Como puede
apreciarse, estamos ante familias de larga vida, con orígenes similares y vidas
sufridas, sea en la isla, el monte, o en el manejo de animales.
Como una broma,
le preguntamos a Natalia si había amansado uno o dos caballos, y nos dijo que
amansó tropillas de varios pelos. Claro: fue su oficio por años.
Mario también
fue domador, como su madre y su abuelo.
¿Amansaba o
iba a las jineteadas?, le preguntamos a Morales.
—No, no: amansar
caballos.
—¿Los
amansaba de arriba o de abajo?
—De arriba, de
abajo, de todos lados.
—¿Era al
estilo tranquilo, o de jinetearlos?
—No, no,
tranquilo, porque usted sube un caballo y no bellaquea. Ya está manso de abajo.
—Dicen que es
la forma del indio.
—Sí (ríe). La
mejor idea es amansarlo de abajo.
—¿Su papá
pudo ser oriental, uruguayo?
—Mire, tenía una
tía en el Uruguay. García... Podía ser del Uruguay che.
—¿Y los
Gutiérrez?
—Los Gutiérrez
de mamá, con ascendencia en Galicia. Tiene indio también mamá.
—¿Qué indios
serían?
—Debe ser chaná.
Los indios estaban en Ceibas antiguamente.
Burru y
Medina Bello
Llegamos al
barrio Hipódromo sin avisarles a los Morales Reynoso, y sin la dirección
exacta. Preguntamos en el primer almacén y nos orientaron bien: una cuadra así,
dos así, otra a la derecha, ahí en la esquina.
Natalia dormía,
Mario Julio bajó el volumen del chamamé que escuchaba en una emisora local y se
hizo larga la charla, de modo que cuando terminamos Natalia ya se había
levantado con la ayuda de Graciela Guerrero. Todos cruzamos algunas bromas.
Natalia, en cambio, nos esperó en la punta de la mesa con un "bien y
usted", dispuesta a conversar.
"Ah, sí,
domaba la tropilla", comentó, y habló de la estancia El Palmar pero luego
aclaró con Mario, su hijo: Estancia Nueva. Y recordó su vida en Médanos
también, la caza, la pesca.
—¿Tenían
huerta?
—¡Uf! –respondió,
como diciendo que era obvio–. Zapallo, calabaza.
Natalia se
mostró cómoda allí en el barrio Hipódromo, viviendo con su familia y sus lindos
recuerdos. Mario, en cambio, el cuarto de cinco hijos, reconoció que preferiría
el campo, el caballo, y que se siente allí un tanto obligado por las
circunstancias.
Le preguntamos a
Natalia sobre su familia. Dijo que había músicos. Mario recordó tenidas con
bandoneón, acordeón, guitarra, entre los Gutiérrez principalmente. "Tango,
ranchera, chamamé", dijo la mamá.
—¿A qué
jugaban, de gurises?, le preguntamos a Mario.
—Al fútbol, lo
único que había.
Con motivo del
fútbol, Mario apuntó que tanto Jorge Burruchaga como el Mencho Medina Bello son
de sus pagos, incluso que conoció a sus padres que trabajaban en el campo.
—Gente
humilde.
—Sí, gente como
nosotros nomás.
—Aparte del
fútbol, a la bolita.
—Más vale.
Quien haya leído
Ceibas, tierra grandiosa ,de Luis Luján, podrá calibrar el sinfín de anécdotas,
creencias y modos propios que cultivan las comunidades del sur entrerriano,
como Médanos.
Cartero en la
estancia
—Qué raro lo
de su mamá, una mujer domadora.
—Sí, siempre le
gustó el caballo.
—Ella los
amansaba.
—Amansaba los
caballos para la estancia.
—Así que no
solo se ocupaba de la casa...
—No, ella
domaba. Después le dieron un puesto a ella, porque le sacaron la doma.
—Porque ya
era mayor.
—Claro.
—¿Para
trabajar en qué?
—Para cuidar el
campo. El puesto en la misma estancia. O sea, más lejos que la estancia.
—Son
estancias grandes. ¿De cuánto sería?
—Eran 38.000
hectáreas. Garovaglio & Zorraquín.
—Usted mismo
trabajó en esa estancia.
—Sí, yo trabajé
ahí. Fui cartero, en la juventud.
—¿Cartero?
—Llevaba las
cartas de Médanos a la estancia.
Los nietos y
bisnietos de Natalia Pantaleona Reynoso se cuentan por decenas. Muchos debieron
marcharse de la provincia, pero se visitan, y el motivo principal de encuentro
llega cada 27 de julio con la torta para una abuela que hoy habla menos y por
ahí, claro, se cansa un poco.
Como Celulosa y
Garovaglio & Zorraquín siguen vigentes, quizá un día nos sorprendan con un
regalo para registrarlo en la memoria y el balance que más dignifican. Hay que
ser buen jinete y mejor tagüé para cabalgar 118 años y dar riendas.
Orientales en
el sur entrerriano
Ramona Garay
viuda de García, que fuera cuñada de Natalia Reynoso, nos contó ya centenaria
en Larroque:
—Cuando le
decían canario, ¿a su papá le gustaba o no?
—No, a él no le
decían nada, a nosotros nos decían canarios, porque supimos que él era de allá.
Decían canario y canario y canario. En Carbó, allí nomás, en Cuchilla, usted
pregunte por Fulano, 'no sé, yo no lo conozco'. (Y le dice) '¡los canarios',
'ah, ya sé, allí están'. A nosotros nos conocían por canarios, de mote. Pero es
por envidia vido, por envidia.
—A su marido
García, ¿también le decían canario?
—Sí, también le
decían.
—¿Los papás
de su marido eran orientales?
—Deben haber
sido porque no votaba ninguno de ellos. Así que ya venían mozos, de allá.
Venían con hijos grandes, porque no votaba ninguno.
—¿Su marido
dónde habrá nacido?
—Pero eso no sé.
Porque ellos han venido grandes, pero han sido de por ahí también.
—¿Uruguayos?
—Uruguayo, han
sido uruguayos, seguro.
—¿Su marido
nunca dijo que era uruguayo?
—No, nunca le
pregunté. Que eran de Canarias, de Canarias, de Canarias, y que eran de
Canarias, pero no sé.
—¿Su marido
decía que era de Canarias?
—Sí, sí, sí. El
padre de él era... así que son canarios también. Él era Marcos Andrés García,
el abuelo; y la madre era doña Rosa Montelongo.
Debido a la
inmigración de las Canarias, muchos orientales del interior son llamados hoy
canarios. En Larroque, Irazusta y otras localidades del sur entrerriano hay
decenas de familias descendientes de criollos orientales, y ha quedado incluso
el sobrenombre "canario" para más de uno.
Núñez,
Bentancourt, Silveyra, Parrilla, Ferreri, Silva, Álvarez, Peña, Cabrera,
Martínez, González, Cazaux, Caraballo, Pérez, Ramos, Hernández, son algunos de
los apellidos de Irazusta y Larroque que en muchos casos encuentran abuelos en
la República Oriental del Uruguay, y en las islas Canarias. Es de imaginar
cuánto de África y Abya yala (América) habrá en la sangre de los entrerrianos,
bajo apellidos europeos.
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