Tienen más de dos siglos de existencia y se organizan en toda la Argentina. El circuito de espectadores, criadores, transportistas y apostadores detrás de una actividad… ¿En peligro de extinción?
Texto de BANDERA VERDE
¡Dale
petizo viejo nomás!,
¡Dale
petizo viejo nomás!,
¡Dale
petizo viejo nomás!
El grito de guerra prolifera, se
multiplica. Es un sonido gutural que se repite en cada reunión cuadrera en los
pueblos del interior argentino. El sonido busca al jinete y al caballo,
tratando de inculcarles esa gota de aliento necesaria para que crucen el disco
en primer lugar. Tras la hazaña, niños, mujeres y hasta señores panzones,
saltarán sin miramientos el alambrado de tres hilos para meterse a la pista a
festejar con sus héroes. Y, claro, después pasarán por las boleterías.
Esta
escena se repite todos los fines de semana, sin prensa y sin cámaras de
televisión, en casi todas las provincias, a espaldas de los tres grandes templos burreros de la Argentina: San Isidro, Palermo y La Plata.
Lejos de
la tradición bicentenaria de los hipódromos -con un ideario más parecido al de
Isidoro Cañones, su picardía porteña, los clásicos en Palermo, el Gran Premio Carlos
Pellegrini
El paso
del invierno a la primavera dejó su marca en los milímetros de agua que
anegaron la meseta entrerriana y las cuadreras se suspendieron tres fines de
semana consecutivos. "Con demora, pero se
corre", nos avisaron, la fecha en que el agua permitió la
cita.
Para nuestro arribo, la mesa de remates está en plena
organización para poder recibir apuestas de la primera de las diez carreras que
presenta el programa. En una cuadrera se llama remate a la mesa que recibe las
apuestas. Estas arrancan en $20 o $50 y pueden llegar a superar los $1.000 sin
dificultad. En una misma carrera se apuesta por varios juegos, tantos como el
martillero sea capaz de abrir entre los apostadores, mientras los caballos son
exhibidos en la “Redonda” por los peones. Tan solo en la primera carrera, la que
corren los pingos menos calificados, se apostaron alrededor de $8.000.-
Las carreras se dividen en categorías no del todo
estancas: caballos ganadores, caballos perdedores, clásicos (donde corren los mejores) y en alguna
ocasión una polla de potrillos. La
polla de potrillos es una de las cuadreras más atractivas
para el público burrero: se trata de una carrera de potrillos que corren casi
inmediatamente después de haber sido domados. Esto garantiza que los animales
corran en un estado semisalvaje, que Mario, uno
de los organizadores, se ocupa de constatar visitando localidad por localidad a los pingos. Mario también se encarga de
comprometer a los cuidadores en la carrera y verificar que no haya
"metida de perro", como llaman a la anotación de un caballo muy
parecido a otro. Aunque no es lo más frecuente, porque en el ambiente todos
conocen a los animales, la trampa existe.
Más allá del atractivo de los animales y los jockeys,
otros personajes resultan claves en las reuniones. Jorge es
uno de los rematadores célebres que van de pueblo en pueblo dirigiendo las apuestas.
Cuando baja del piso de madera apoyado sobre pilotes, simulando un escenario
que lo eleva por encima del público como un predicador, Jorge se presenta como "Martillero Público
Nacional, a sus órdenes". La
aclaración no es en vano: algunos de los rematadores de las
cuadreras carecen del título que le otorga algo de espalda legal a su
actividad, aunque para ser justos, el sistema entero de apuestas en las
cuadreras está fuera de la ley y de los controles de la AFIP. Lejos de este debate, Jorge celebra su
oficio parlanchín con estilo:
"¿No hay 200 para la
tordilla? ¿Quién pone? ¡Vamos che, lindo remate! 200 a la tordilla y vendí,
Dueño. De arriba para abajo quien tiene;
100 al Negrito, ponele gorra. 200 para La Chola. ¡Vamos! ¿Quién le pone 200 a
la chola? 200 a la chola y ya vendí, yayo. ¡Ahí está! Última platita a jugar.
¡Vamos! 100 por el 3, ¿100 al Don Coco? Dueño. 50 a el 4; ¿no hay 50 para Morito?, vendido,
ponele anteojos. 100 del 5, 100 del 5; 50, 50, 100 y vendí, Marcelo. 200 tengo
acá para la tordilla y vendí, dueño. Gracias
amigazo, ¡y a correr, mandando
los caballos a la cancha y a correr!", declama.
Comenzando por los nombres de los caballos, todo parece en
el turf cuadrero parte de "El idioma analítico de John Wilkins", el cuento de Borges que incluía una
enciclopedia inverosímil de animales pertenecientes al emperador chino. Lo
que Jorge remataba eran las apuestas por la tercera carrera de 350 metros, en
la que competían seis caballos según el programa: Negrito con
el 1, la chola con el 2, Don Coco con el 3, Morito con el 4,Nenito con el 5 y Carta Blanca con el 6.
Los caballos son anotados mediante un depósito, también
conocido como “Dentro” o inscripción, que ronda entre $300 y $1.000 según la
importancia de la carrera. La organización de la carrera también pone un monto
similar al que aporta cada stud y no
efectúa descuentos sobre ese primer pozo, que va a parar directamente al
bolsillo del ganador. Esta es la manera en que los organizadores se aseguran de
que los competidores no se lleven, a último momento, su caballo a otra
cuadrera. En caso de ausencias, el dinero no se devuelve.
Después de la tercera carrera, Jorge viola el estatuto del
rematador y revela alguno de sus secretos: "Se trata de que todos los caballos reciban apuestas. Una vez
que lo logras, volvés a rematarlos dentro de la misma carrera por otro dinero,
hasta que nadie más levante la mano. Tenés que seducir al propietario, pero también a sus amigos y a la barra
seguidora del animal, porque los caballos también tienen hinchada. No sé si me viste, pero le pedí
doscientos a un tipo y me dijo que sí, le pedí cuatrocientos al mismo y me dijo
que sí, le pedí mil y me volvió a decir que sí. Resulta que al tipo yo lo
conozco y sé que le gusta apostar mucha plata, entonces lo busco hasta que lo
encuentro".
Luego aporta datos acerca de las comisiones: "La
comisión organizadora saca un porcentaje que varía según el juego, la cara de
los apostadores y los dueños de los caballos. Son muchos factores, pero nos quedamos entre el 15% y el 30% de lo
apostado. Cuando el caballo es demasiado favorito, requiere que se le apueste
más dinero, pero da menos de ganar".
Uno de los apostadores, Diego, de
Concordia, apostó su dinero a la yegua Carta Blanca: "Esa tordilla me gusta, la
vi correr en Federación y ese día no le
aposté y ganó. Los conozco a todos menos al Negrito, que lo compró una gente de
Chajarí hace poco". El
burrero no quiere divulgar el monto de su apuesta, pero el resultado finalmente
no lo favoreció. Aunque Carta Blanca llegaba
desde Federación con buenos pergaminos y La Chola, de Concordia, lideraba las apuestas,
el ganador fue Don Coco, que venía de Los Charrúas un poco tapado, salvo, claro está, para Roberto, el propietario del animal y del stud El Desquite. "Tengo
dos potrillos, una yegua y el Don Coco, que acaba de cumplir siete años, aunque
yo lo tengo hace cuatro. Es un ganador, pero la última la perdió acá mismo por
un hocico. Le aposté $5.000 y estimo que como mínimo vamos a duplicar la
apuesta", se
entusiasma Roberto.
El jockey que se llevó la carrera mide 1,50 metros y tiene
hombros anchos como el ekeko, además de una destreza total arriba del animal.
Se trata de Eduardo, uno
de los más ganadores de las cuadreras, que está cerca del retiro: "Les voy a batir el récord
a todos, corro desde hace 30 años y gané mi primer carrera a los once. Corrí
hasta el 2000 en los hipódromos. Ahora corro para los caballos cuadreros. Peso
más de 56 kilos porque ya no me cuido, aunque no hay mejor gimnasia que la del
caballo. Pienso seguir un año más".
Las cuadreras no son estrictas con
respecto al uso de una pequeña dosis de estimulantes para hacer que el animal
arranque más rápido en la partida, ni tampoco se hacen controles antidoping, que
sí existen en los hipódromos. Sí son rigurosos respecto del peso del jockey,
que no puede bajar de los kilos estipulados en el programa. Una vez concluida
la carrera, el jockey es llevado sin escalas a la balanza para constatar que no
haya bajado más de quinientos gramos durante la competencia.
Si bien en las cuadreras todos apuestan, los números
grandes son jugados por los propietarios de los caballos. Aunque antes
ocurrían, ya no son tan usuales las peleas sobre qué caballo ganó. El dinero se
pone antes de que los animales corran y, en caso de dudas, se constata el
resultado con fotografías tomadas frente al disco. Tanto
los martilleros como los apostadores se conocen entre sí y hay un sistema de
confianza generado a lo largo del tiempo.
En
la mayoría de los casos, las únicas peleas que ocurren son en torno a las
gateras de donde parten los caballos. Las gateras tienen un sistema de puertas
imantadas que son abiertas por un especialista. En esta pista, quien detona
a la distancia la apertura de las puertas como si fuera dinamita es José, un hombre que menos de jockey, por su
enorme humanidad, ha trabajado de todo en este mundillo: "Me dedico a los caballos
desde hace treinta años. Tuve caballos que corrieron en los hipódromos, muchos
de ellos ganadores. Pero ahora trabajo con las gateras y me manejo por la zona.
Cobro $2.000 por jornada".
El trabajo de José solo se complica cuando ocurren errores
que lo ponen en el centro de la tormenta, como pasó en la séptima carrera: el
sistema falló y las puertas se abrieron solas antes de que uno de los
competidores terminara de acomodarse. Indignado, uno de los cuidadores encaró al
starter de mala manera. "Siempre lo mismo,
hermano, me estás perjudicando", le dijo. José reconoció que se trató
de una falla, los caballos volvieron a las gateras y largaron de nuevo. El problema es que los animales gastan
tanta energía en el momento de la partida que una falla en la salida puede
considerarse motivo de una derrota posterior.
Las cuadreras descansan sobre un limbo delgado entre lo
legal y lo clandestino. Pese a que son reuniones multitudinarias, la discusión
sobre su estatus tiene casi doscientos años. En el libro Historia social del
gaucho, Ricardo Rodríguez
Molás escribió que en 1823 los hacendados les escribieron a las autoridades de
la provincia de Buenos Aires para que fuera reprimida toda la actividad de
juegos, naipes, tabas y cuadreras que
se desarrollaba en torno a las pulperías, porque los patrones no tenían
garantizada la presencia de sus peones conchabados. El campo bonaerense
comenzaba a forjar la nueva Argentina agro exportadora y hacía falta mano de
obra. Fue el 17 de diciembre de ese año que la Junta de Representantes de
Buenos Aires sancionó la Ley Militar, "determinando que personas competentes y autorizadas remitan
al ejército permanente a los ociosos sin ocupación en la labranza y otro
ejercicio útil".
En la actualidad, algunas provincias tienen su legislación
referida a la actividad turfistíca y a las cuadreras. En el caso de Buenos
Aires, la Ley
9233 faculta
a los municipios a realizar "cuadreras por andarivel" con una normativa más que ambigua.
En la provincia de Entre Ríos se está trabajando en una
ley que contemple toda la actividad y es impulsada por los hipódromos de la
provincia. En esta primera instancia solo están contemplados los óvalos
provinciales y no se contempla a las cuadreras que quedarían excluidas, por el
momento, de la nueva ley. Solo se contempla la actividad y las apuestas
realizadas dentro de los escenarios con categoría de hipódromos.
Luis es
un simple espectador que años atrás supo hacer correr a sus propios caballos,
hasta que ocurrió una tragedia: "Nuestro caballo Delfino venía corriendo con mi yerno, que
era el jockey, y un hombre se cruzó en la pista. En la embestida murieron el
hombre y el caballo, y solo se salvó mi yerno. Desde entonces sigo en esto,
pero solo me dedico al transporte de caballos. Tengo un tráiler y mi camioneta
y con eso me la rebusco".
Las apuestas en las cuadreras son
gestionadas, administradas, cobradas y pagadas por la comisión organizadora, no
por la municipalidad, aunque a veces se realizan a beneficio de una entidad
pública o una escuela, etc.
Las cuadreras se promocionan siempre "a beneficio
de", rótulo que las mantiene a salvo de los controles impositivos. Por
esta razón, tanto las entradas al evento, que
cuestan entre $80 y $200, como lo recaudado por la cantina, comedor, etc., se
destina a escuelas, hospitales o entidades culturales. Otro destino
tiene el dinero fuerte que mueven las apuestas, que se divide entre los actores
que lo han generado: stud, propietarios de caballos y comisión
organizadora.
Martín integrante de la comisión organizadora, explicó que
la cuadrera del mes de abril de este año recaudó en apuestas alrededor de
$60.000. La cantina, parrilla y comedor, otros $15.000, que fueron a
beneficencia. Esa fue considerada una "buena reunión".
Las cuadreras se repiten en diferentes localidades
cada quince o veinte días. El circuito de la región incluye, a Concordia, Los Charrúas,
Chajarí, Federación, Viale, Nogoya, Hernández, Conscripto Bernardi, María
Grande, entre otras localidades. Las
entrerrianas son chicas en comparación con las de Corrientes, Santiago del
Estero, el Chaco o La Rioja.
En
tiempos de hipódromos en crisis, las cuadreras – en su versión informal y
campera- están más vigentes que nunca, aun cuando hay un proyecto de ley que
amenaza con su existencia.
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