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sábado, 10 de noviembre de 2018

Toda una vida ligada a los caballos


Por Andrés Mazzeo / Pagina 12

La historia de Marina Lezcano, a 40 años de su célebre conquista de la Cuádruple Corona.
Supo imponer su presencia en un ámbito poco predispuesto a aceptar la incorporación de las mujeres. El 5 de noviembre de 1978 cerró una temporada espectacular con sus victorias en la Polla de Potrillos, el Jockey Club, el Nacional y el Carlos Pellegrini con su caballo Telescópico.



El fútbol, el boxeo y el turf eran las tres patas deportivas más importantes en las que se asentaba la masculinidad en el siglo pasado. Hacia 1970, el fútbol todavía no había irrumpido con fuerza en el universo femenino y faltaban casi 30 años para que la Tigresa Marcela Acuña les abriera las puertas a las futuras boxeadoras.

Pero fue otra mujer, 1,51 de estatura y 44 kilos, la que se preparaba para romper los prejuicios en el mundo de los “burros”. Marina Lezcano apareció con toda su timidez, pero también con toda su convicción para hacerse un lugar en un ambiente poco preparado para recibirla. Y a fuerza de buenas actuaciones y éxitos demostró sus condiciones que llegaron a su punto más alto hace 40 años, el 5 de noviembre de 1978, cuando entró en la historia grande del turf argentino. Sólo nueve ejemplares en más de 80 años habían logrado imponerse en la misma temporada en la Polla, el Jockey Club, el Nacional y el Carlos Pellegrini, el último había sido Forli, en 1966, y ninguno más lo lograría desde entonces. 

Marina alcanzó la Cuádruple Corona con Telescópico, un producto del haras Don Yeye, hijo de Table Play y Filipina, que era cuidado por Juan Esteban Bianchi, el Mago de Capitán Sarmiento.

Marina junto a Telescópico 

Marina nació en Lomas de Zamora, pero pronto sus padres se mudaron a un campo en San Vicente. “A los 14, mi padre me regaló una yegua y eso impulsó un poco mi oficio posterior. Como vivía en San Vicente, me quise anotar en la Escuela de Aprendices de La Plata pero no me dejaron porque solo estaba permitido el ingreso de hombres. Tuve muchos inconvenientes en mis inicios”. Pero Marina insistió y pudo entrar a la Escuela en San Isidro junto a unas pocas chicas más que compartían su pasión.

La fecha del esperado debut fue el 15 de diciembre de 1974 en una carrera de mil metros en Palermo, exclusiva para mujeres (fueron ocho). Marina salió segunda con Sandie Shaw, detrás de Isabel Desvard, pero dos semanas después tuvo su revancha con el mismo producto. 

En la época había varios peso pesados entre los jockeys: el uruguayo Vilmar Sanguinetti, los chilenos Eduardo Jara y Carlos Pezoa y el peruano Víctor Centeno, se sumaban a Aníbal Etchart, Miguel Sarati y Rubén Laitán. ¿Cómo las recibieron? “Supongo que no habrá sido fácil haberse visto invadidos por nosotras. Lo que más les molestaba al principio eran las cargadas porque les ganaban ‘las minas’. A pesar de eso, nos recibieron bien. Tampoco podíamos esperar que en ese ambiente de hombres usaran un lenguaje de hermanas de convento, pero con nosotras creo que hubo un cuidado. Y en la pista siempre hay molestias, sin querer y a propósito, pero en general primó la profesionalidad de los pilotos”.

Para el público también era una novedad esa actividad femenina: “La gente nos recibió muy bien. Lo que cambió fue que empezaron a ir al hipódromo muchísimas mujeres. En lo personal, siempre sentí afecto y años después me encontré con chicas a las que sus padres les habían puesto Marina por mí”.

Se acercaba la época de mayor esplendor. Su sociedad con Bianchi quedaría grabada en la memoria de los burreros de la época. “Trabajé con Don Juan 12 años, gané unas 570 carreras, más de 100 clásicos. Bianchi fue siempre un extraordinario entrenador, que sabía muchísimo de su profesión y tenía una gran intuición. Estoy muy agradecida por haber compartido tantos años con él”, recuerda.    


En el ‘78 obtuvo la Polla de Potrillos (1600 mts.), el Jockey Club (2200) y el Nacional (2500). ¿Cómo fue ese Pellegrini (3000) cuando logró la cuarta gema de la Cuádruple Corona? “Telescópico llegó a esa prueba con un estado y una preparación impecables. Era muy sano y con muy buen carácter. Ya desde la suelta se perfiló como ganador. Se impuso por 18 cuerpos sobre Serxens, otro caballo de Bianchi que conducía Jara”. Cuando se dirigían al pesaje, los 60 mil aficionados la ovacionaron junto al potrillo, que sumaba su nombre al exclusivo lote en el que figuraban, entre otros, los legendarios Botafogo y Yatasto. Al día siguiente, los principales medios del país le dedicaron a la hazaña amplios espacios en sus tapas.


Los éxitos se sucedieron, muchos de ellos con algunos de los mejores ejemplares de la época: Serxens, Bayakoa, Babor, El Asesor, Fitzcarraldo, Cipayo y Fort de France, entre otros. Hasta que llegó el momento de cambiar de vida: “Mi retiro fue por una decisión que había tomado casi cuando empecé a correr y era que al tener mi primer hijo ya no seguiría. Fue algo muy personal”. Corrió su última prueba en abril de 1989 y en febrero del año siguiente fue madre. “Extrañé muchísimo correr y durante un largo tiempo no quería ir a ver a ningún caballo, ni siquiera del stud de mi marido (el entrenador Hugo Rodolfo Gutiérrez). 

Evidentemente, quería estar allí arriba, montando. Luego, lo superé”, comenta. En 2008, se trasladó a San Luis, donde un año después asumió como directora de la Escuela de Jockeys del Hipódromo La Punta.

Toda una vida ligada a los caballos. Marina Lezcano supo imponer su presencia en un ámbito poco predispuesto a aceptar la incorporación de la mujer. Si hasta el Maestro Irineo Leguisamo, el jockey más importante que pasó por las pistas del país, tuvo que cambiar su mirada. “Cuando debutamos dijo que esta no era una profesión para nosotras y que creía que nunca una mujer iba a ser un buen jockey, pero después del Pellegrini de Telescópico fue a hablar con Bianchi para reconocer que se había equivocado al pensar de esa manera”, evoca Marina con orgullo.

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