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miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ella lloró… todos lloramos


Por: Pablo Carrizo – Periodista-Jefe de Prensa Hipódromo de San Isidro  



El turf es un deporte de caballeros. De reyes, claro. Y tiene en su esencia una marcada masculinidad que se percibe en cada rincón. 

Los hombres dominan la escena y la belleza femenina se limita a una módica porción que por momentos se vuelve imperceptible. 

Es así que nos alegramos cuando sabemos que nuevas chicas salen a competir y los casos recientes de Romina Villegas y Flor Gimenez, son lo más parecido a un oasis alojado en medio del desierto. 

Es por eso que su presencia gana un lugar preponderante y sus ausencias, como la de las demás, pasa inadvertida en una actividad signada por la testosterona.

Marina Lezcano le puso gloria y triunfo, Lucrecia Carabajal le aportó la garra y el resto de las damas que alguna vez osaron subirse a un caballo pura sangre, para apoyarse en un par de estribos y galopar a más de 60 kilómetros por hora, confirmaron que la fortaleza no sabe de sexo. 

#Andrea Soledad Marinhas estudia abogacía mientras entrena y compite con los caballos de su familia y/o amigos. Si la llaman, viaja a #San Isidro,# Palermo o #La Punta pero su lugar en el mundo está en el # Hipódromo De La Plata. Ahí comparte su pasión con sus más cercanos.

Sus ojos irradian dulzura y su ángel tiene poco que ver con aquella joven que se anima a competir de igual a igual con los hombres. Aún a sabiendas de que algún caballazo o empujón inesperado puede complicar significativamente las cosas. 

Sin embargo, detrás de esa cara bonita yace la fortaleza propia de una amazona con todas las letras. La misma que se enamoró de los caballos a los seis años y no supo cómo abandonarlos. O no pudo. O tal vez no quiera que ello suceda. 

Hoy, los SPC se han transformado en su pasión y no puede concebir su vida sin ellos. Su padre le enseñó a quererlos y con el Mago #NéstorYalet recibió un curso acelerado. Se perfeccionó. 

En algún viaje a San Luis supo confesarme que en sus ratos libres solía pasar la tarde en el stud del Mago. No hace falta aclarar que se refiere al recordado Néstor Yalet. “¡Nena! Qué estás haciendo? ¡Venite para el stud!” Le decía el hombre que forjó figuras como #Team, el mismo con el que se asoció en sus mejores victorias. Ella obedecía, por respeto a la figura de aquel tipo entrado en canas, y lo hacía con gusto. La orden era una propuesta decente y Andrea procuraba no desaprovecharla. 

Fue así como aprendió muchos secretos en relación al más noble y aristocrático de los seres. Algunas de esas enseñanzas las atesora en una especie de cuaderno o libro que bien podría confundirse con un Diario Íntimo. 

Recuerdo haber leído de su puño y letra algunos conceptos que la propia conserva en un lugar especial. Se le ilumina la mirada cuando habla de los caballos. Se le dibuja una sonrisa que no puede disimular y el brillo de su rostro deja en evidencia la pasión que siente con lo que hace.

El turf le trajo buenos y malos momentos pero el más significativo es el que Gus Duprat II retrató en una tarde de grandes premios, el algún escenario de los más importantes.
En verdad poco importa el caballo y el lugar. Nada importa la carrera ni el puesto alcanzado. 

Claro, en verdad se trata de una victoria que la emocionó hasta las lágrimas.
Una conquista a la que muchas feministas de ocasión podrían utilizarla para revalorizar el revolucionario #NiUnaMenos. 

Irene Guimaraes bien podría escribir en su FB el ya conocido “¡Vamos las chicas!” y muchos se dignarían a aplaudir, tanto a la amazona como al fotógrafo. 

A ella, por su capacidad de destacarse entre ellos, siendo esa minoría casi imperceptible. Y a él, por haber capturado en un instante lo que mil palabras no saben describir de ella.
Bendita tú eres Andrea. Por esa química que supiste comunicarle a tus conducidos. Por el amor y la templanza propios del sexo débil. Y me refiero a sexo débil como sinónimo de feminidad y para nada de manera despectiva. Es analogía y no peyorativa. Es valorar y no desvalorar.

Bendita tú eres Andrea. Por esa sensibilidad propia que calma a las fieras. Por esas caricias y por esas palabras que existen entre vos y los equinos. 

Esa comunicación que ni el más afeminado de los hombres puede transmitir.
Esa conjunción que supo resumirse en grandes conquistas. 

Bendita tú eres Andrea. Por esa pasión que aquella tarde te desbordó y te partió en llanto. Lágrimas que emocionaron a todos y no pudimos más que aplaudirte y vitorearte al unísono.
Andrea se quebró y la fortaleza de su emoción dobló a todos. Y los hombres nos quebramos con ella, juntos a la par. 

En aquel lugar y en ése preciso momento. La Reina fue reina entre los reyes.
El mismo día que ella lloro. La misma tarde en la que todos lloramos…

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