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lunes, 4 de febrero de 2019

Ella tiene 118 años y añora su oficio de mujer: domar caballos


Misterios de una vida larga y vibrante, de familias de hacha y tramperas, muchachas de amansar potros y pasarla feliz, con austeridad.

Natalia - Foto: Daniel Fiorotto



por : Tirso Daniel Fiorotto – Diario Uno Entre Ríos

Oriundos de Médanos, en el sur entrerriano. Descendientes de canarios, criollos y pueblos originarios del "país de los matreros" que pintó Fray Mocho.

Con la energía y las chanzas de un muchacho, morocho y fornido, Mario cumplió 83 años hace una semana. Natalia, su mamá, apagará 119 velitas el 27 de julio, y por eso se anota entre las mujeres más longevas del planeta. Era niña cuando murió Fray Mocho, que retrató a las comunidades de las islas y los campos bajos.
Hoy comprende y responde, y si a la tercera palabra se le apaga la voz, le alcanza para un "gracias, las merece", cuando ya ha recordado sus lindos tiempos de ranchera, tango y chamamé.
Fueron peones de las antiguas empresas Garovaglio & Zorraquín y Celulosa Argentina. Natalia Pantaleona Reynoso, domadora de caballos en la Estancia Nueva como su padre, Pedro Reynoso, vive curiosamente en el barrio Hipódromo, de Gualeguaychú.
Sentada, un tanto inclinada y atenta, su media voz no nos engaña: algo nos dice que la viejita oculta un galope adentro, un corcovo, y si una palabra no se escucha bien uno la siente vibrar allí, comprende el entusiasmo vivo, esa inercia que el paso de los años no frena.

Tres siglos

"Es una mujer de tres siglos", nos aviva el amigo Nahuel Maciel y es cierto, porque fue engendrada en el siglo 19, y transita el 21. Cada 27 de julio es una fiesta en el barrio, todos saben allí que Natalia es la reliquia del pago.
Está al cuidado de su hijo Mario Julio Morales, que fue obrajero en los montes, con hacha y motosierra, y nutriero como la mayoría de los habitantes de los campos bajos y las islas del delta. Les ayuda Graciela Guerrero, una vecina con 58 años que hace 16 acompaña a Natalia durante las 24 horas del día. Todo allí es muy sobrio, muy humilde, muy limpio, muy cordial. Uno entra y se siente en casa.
Mario tiene la actitud que algunos estudiosos señalan en los charrúas: una sonrisa como respuesta, una chanza para evitar precisiones, alguna indirecta para los políticos que suelen sacarse fotos pero se olvidan apenas cruzaron el umbral.
Uno piensa que este tesoro de los panzaverdes que es Natalia Pantaleona, con nombre de amazona y más que nombre, debiera estar atendida entre algodones a su edad y es así, pero con demasiadas exigencias para la voluntad. En Paraná, una empresa encargada del cuidado de personas mayores cobra 30.000 pesos mensuales para garantizar la presencia de un acompañante durante ocho o nueve horas al día. ¿No habrá en Gualeguaychú una colaboración municipal, provincial o nacional, para que a los Morales, Reynoso, Guerrero, se les haga más llevadera la bella tarea de vivir para contarlo, después de tantos años de trabajo? Si cargamos un orgullito manso por sabernos entre abuelas, ¿no se traducirá eso en algún acompañamiento contante y sonante para la buena de Graciela Guerrero, ya que de carne somos?
Y es que estamos ante un caso de excepción. Mario tenía un rancho propio pero tropezó con una muerte en legítima defensa, intervino la llamada justicia, y hoy se ve obligado a alquilar. Y Natalia necesita, como es lógico, atenciones permanentes.

Segundo banco

La vida austera no quita a la familia una actitud positiva, alegre, plena en anécdotas y comentarios ocurrentes:
—¿Usted fue a la escuela en Médanos, Mario?
—Sí... No sé si no pasé segundo banco (ríe).
En esa misma autenticidad, la conciencia de clase:
—Mucha gente se dedicaba a la nutria, como usted.
—Sí, pero vale 1 peso el cuero. Ahí lo pagan 1 peso, los grandes lo venden a Buenos Aires a 400, 500 pesos...
—¿Por qué se vino a Gualeguaychú?
—Me vine porque yo estaba en la Celulosa y nos trajeron cuando la creciente del 82. Nos largaron ahí en el puerto y chau pinela. Yo tenía mi rancho hecho acá y todo. Y ahí ya no fuimos más.
—Los dejaron nomás, y no los indemnizaron.
—¡No! Y después íbamos a preguntar por los dueños de allá y no, no había ningún dueño. ¿Y usted qué es? Y no, nosotros somos administradores nomás. Unos empleados como ustedes...
—Nunca se acordaron.
—No, no, los dueños no están, no existen.


Las respuestas de Mario terminan en una sonrisa que dice más que todas las palabras. Podría no hablar, y uno entendería.
Pese a todo, se hizo placero en Gualeguaychú y se jubiló en ese oficio.
Recuerda sus tiempos de trabajo en la isla, en el campo, sea a caballo o en canoa, y extraña la motosierra y la libertad del campo. Dice que en su juventud el sueldo alcanzaba bien para vivir con tranquilidad, y por ahí, cuando analiza que en esas épocas no quedaba ningún registro de sus tareas, y la patronal no hacía aportes jubilatorios, apunta: "Éramos esclavos. ¡Qué te parece!", pero eso en el plano laboral, porque de sus oficios y la vida en Médanos, las islas y la estancia guarda los mejores recuerdos.

Viejas cuñadas

El periodista Diego Elgart de Gualeguaychú dice que Natalia le contó el año pasado que su madre Paula Gutiérrez era descendiente de canarios. Nosotros se lo preguntamos y ella se limitó a decir que "puede ser". Nos interesaba el testimonio porque hace pocos años entrevistamos en Larroque (junto al músico Miguel Martínez, el Zurdo) a Ramona Garay, una mujer de las islas Lechiguanas y Mazaruca, con ascendientes canarios. Tenía entonces 102 años y vivió hasta los 106. Ramona no conoció médico ni maestra hasta que era muy mayor, y resultaba fácil descubrir en esa mujer hondos saberes sin escuela. Lo mismo Natalia.
Ramona era más de la canoa y la isla, y Natalia Pantaleona de a caballo.
Casualidades, nos contó Mario Julio Morales que conoció a Ofrasio Garay, hermano de Ramona, y que otro de sus hermanos, Macedonio Garay, fue el último marido de Natalia Reynoso, su mamá. Es decir, Ramona y Natalia fueron cuñadas. Una vivió hasta los 106, la otra va por los 118.
A su vez, Mario recordó que si bien él lleva el apellido Morales, su padre fue Bonifacio García, con parientes en el Uruguay (Fray Bentos), y nosotros recordamos que el marido de Ramona Garay se llamó Ángel García. "Creo que eran primos", calculó Mario.
Ramona Garay nos contó aquella vez que les decían canarios, tanto a su familia como a los García.
Según Mario, los más morochos entre todos sus familiares, de donde sacó la piel oscura, eran precisamente los García.
Antes, le había contado a Elgart: "una vez mamá me dijo que su meta es llegar a los 120 años de edad como su madre Paula Gutiérrez, que falleció a los 120 años; y su padre Pedro Reynoso murió a los 112 años".
Como puede apreciarse, estamos ante familias de larga vida, con orígenes similares y vidas sufridas, sea en la isla, el monte, o en el manejo de animales.
Como una broma, le preguntamos a Natalia si había amansado uno o dos caballos, y nos dijo que amansó tropillas de varios pelos. Claro: fue su oficio por años.
Mario también fue domador, como su madre y su abuelo.

¿Amansaba o iba a las jineteadas?, le preguntamos a Morales.
—No, no: amansar caballos.
¿Los amansaba de arriba o de abajo?
—De arriba, de abajo, de todos lados.
¿Era al estilo tranquilo, o de jinetearlos?
—No, no, tranquilo, porque usted sube un caballo y no bellaquea. Ya está manso de abajo.
—Dicen que es la forma del indio.
—Sí (ríe). La mejor idea es amansarlo de abajo.
—¿Su papá pudo ser oriental, uruguayo?
—Mire, tenía una tía en el Uruguay. García... Podía ser del Uruguay che.
—¿Y los Gutiérrez?
—Los Gutiérrez de mamá, con ascendencia en Galicia. Tiene indio también mamá.
—¿Qué indios serían?
—Debe ser chaná. Los indios estaban en Ceibas antiguamente.
Burru y Medina Bello
Llegamos al barrio Hipódromo sin avisarles a los Morales Reynoso, y sin la dirección exacta. Preguntamos en el primer almacén y nos orientaron bien: una cuadra así, dos así, otra a la derecha, ahí en la esquina.
Natalia dormía, Mario Julio bajó el volumen del chamamé que escuchaba en una emisora local y se hizo larga la charla, de modo que cuando terminamos Natalia ya se había levantado con la ayuda de Graciela Guerrero. Todos cruzamos algunas bromas. Natalia, en cambio, nos esperó en la punta de la mesa con un "bien y usted", dispuesta a conversar.
"Ah, sí, domaba la tropilla", comentó, y habló de la estancia El Palmar pero luego aclaró con Mario, su hijo: Estancia Nueva. Y recordó su vida en Médanos también, la caza, la pesca.
—¿Tenían huerta?
—¡Uf! –respondió, como diciendo que era obvio–. Zapallo, calabaza.
Natalia se mostró cómoda allí en el barrio Hipódromo, viviendo con su familia y sus lindos recuerdos. Mario, en cambio, el cuarto de cinco hijos, reconoció que preferiría el campo, el caballo, y que se siente allí un tanto obligado por las circunstancias.
Le preguntamos a Natalia sobre su familia. Dijo que había músicos. Mario recordó tenidas con bandoneón, acordeón, guitarra, entre los Gutiérrez principalmente. "Tango, ranchera, chamamé", dijo la mamá.
—¿A qué jugaban, de gurises?, le preguntamos a Mario.
—Al fútbol, lo único que había.
Con motivo del fútbol, Mario apuntó que tanto Jorge Burruchaga como el Mencho Medina Bello son de sus pagos, incluso que conoció a sus padres que trabajaban en el campo.
—Gente humilde.
—Sí, gente como nosotros nomás.
—Aparte del fútbol, a la bolita.
—Más vale.
Quien haya leído Ceibas, tierra grandiosa ,de Luis Luján, podrá calibrar el sinfín de anécdotas, creencias y modos propios que cultivan las comunidades del sur entrerriano, como Médanos.
Cartero en la estancia
—Qué raro lo de su mamá, una mujer domadora.
—Sí, siempre le gustó el caballo.
—Ella los amansaba.
—Amansaba los caballos para la estancia.
—Así que no solo se ocupaba de la casa...
—No, ella domaba. Después le dieron un puesto a ella, porque le sacaron la doma.
—Porque ya era mayor.
—Claro.
—¿Para trabajar en qué?
—Para cuidar el campo. El puesto en la misma estancia. O sea, más lejos que la estancia.
—Son estancias grandes. ¿De cuánto sería?
—Eran 38.000 hectáreas. Garovaglio & Zorraquín.
—Usted mismo trabajó en esa estancia.
—Sí, yo trabajé ahí. Fui cartero, en la juventud.
—¿Cartero?
—Llevaba las cartas de Médanos a la estancia.

Los nietos y bisnietos de Natalia Pantaleona Reynoso se cuentan por decenas. Muchos debieron marcharse de la provincia, pero se visitan, y el motivo principal de encuentro llega cada 27 de julio con la torta para una abuela que hoy habla menos y por ahí, claro, se cansa un poco.


Como Celulosa y Garovaglio & Zorraquín siguen vigentes, quizá un día nos sorprendan con un regalo para registrarlo en la memoria y el balance que más dignifican. Hay que ser buen jinete y mejor tagüé para cabalgar 118 años y dar riendas.

Orientales en el sur entrerriano

Ramona Garay viuda de García, que fuera cuñada de Natalia Reynoso, nos contó ya centenaria en Larroque:

—Cuando le decían canario, ¿a su papá le gustaba o no?
—No, a él no le decían nada, a nosotros nos decían canarios, porque supimos que él era de allá. Decían canario y canario y canario. En Carbó, allí nomás, en Cuchilla, usted pregunte por Fulano, 'no sé, yo no lo conozco'. (Y le dice) '¡los canarios', 'ah, ya sé, allí están'. A nosotros nos conocían por canarios, de mote. Pero es por envidia vido, por envidia.
—A su marido García, ¿también le decían canario?
—Sí, también le decían.
—¿Los papás de su marido eran orientales?
—Deben haber sido porque no votaba ninguno de ellos. Así que ya venían mozos, de allá. Venían con hijos grandes, porque no votaba ninguno.
—¿Su marido dónde habrá nacido?
—Pero eso no sé. Porque ellos han venido grandes, pero han sido de por ahí también.
—¿Uruguayos?
—Uruguayo, han sido uruguayos, seguro.
—¿Su marido nunca dijo que era uruguayo?
—No, nunca le pregunté. Que eran de Canarias, de Canarias, de Canarias, y que eran de Canarias, pero no sé.
—¿Su marido decía que era de Canarias?
—Sí, sí, sí. El padre de él era... así que son canarios también. Él era Marcos Andrés García, el abuelo; y la madre era doña Rosa Montelongo.

Debido a la inmigración de las Canarias, muchos orientales del interior son llamados hoy canarios. En Larroque, Irazusta y otras localidades del sur entrerriano hay decenas de familias descendientes de criollos orientales, y ha quedado incluso el sobrenombre "canario" para más de uno.

Núñez, Bentancourt, Silveyra, Parrilla, Ferreri, Silva, Álvarez, Peña, Cabrera, Martínez, González, Cazaux, Caraballo, Pérez, Ramos, Hernández, son algunos de los apellidos de Irazusta y Larroque que en muchos casos encuentran abuelos en la República Oriental del Uruguay, y en las islas Canarias. Es de imaginar cuánto de África y Abya yala (América) habrá en la sangre de los entrerrianos, bajo apellidos europeos.

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