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viernes, 4 de septiembre de 2015

Siempre el caballo es el imán


American Pharoah marcha al frente en la
 primera pasada frente al disco de Saratoga.

Por Norberto Laterza

Se puede ofrecer la mayor comodidad, el mejor horario, las mejores jugadas para atraer al público dentro de un escenario turfístico. Todo es válido y desde que se organizaron las carreras de caballos oficialmente la mayor inquietud de los que comenzaron a darse cuenta que la parte deportiva tenía un costado de espectáculo que no podía dejarse de lado, la actividad hípica cambió para pasar a ser una industria. Lejos quedaron los desafíos por el placer de ganarle al otro y el turf se fue abriendo a la gente hasta tener, en una inolvidable época de oro que podría mensurarse entre los años ‘30 hasta el fin del siglo pasado, una trascendencia que quizá tuvo su punto más alto con la carrera de Botafogo contra Grey Fox o más acá en el tiempo el Pellegrini de Branding, Sideral y Yatasto, donde se registró en el hipódromo de San Isidro la mayor asistencia de público con más de 105 mil personas apiñándose en las tribunas. Si observamos minuciosamente estos acontecimientos podemos ver que hablamos de dos caballos, Botafogo y Yatasto, que atrajeron en su momento el interés de toda la sociedad, no hablamos de los aficionados sino también de personas que únicamente habían visto un caballo cuando pasaba el lechero o salían al campo.
La atracción fue tan grande que poco importaba si ganaban o no, sólo querían ver al crack en acción. Todavía recuerdo, a pesar de que en ese entonces tenía apenas 12 años, los títulos a cuatro columnas de los diarios con la foto de Yatasto en primer plano y cómo el viejo diario La Razón puso en su primera página un título catástrofe: “Perdió Yatasto”. 

Desde aquellos años hasta ahora, nada cambió en cuanto a la importancia que tienen el pura sangre como base fundamental de cualquier reunión de carreras que se realice, pasando por alto, obviamente, a los penosos programas que suelen ofrecer los circos hípicos de lunes a viernes donde a decir verdad el juego es lo que más vale. Pero hoy también se apela a incrementos y pozos asegurados para ver si alguien se acerca al hipódromo y es legítimo el intento, pero nunca se podrá comparar con lo que el caballo genera. 

El ejemplo de American Pharoah en el Travers Stakes, (clásico que tradicionalmente se corre en la última semana de agosto sobre 2.000 metros y que este año tendrá su 146 edición), del pasado sábado en el hipódromo de Saratoga, ha sido un testimonio de lo que puede hacer un animal por el espectáculo. 

Antes de la carrera, las declaraciones del presidente de la New York Racing Associaton fue muy claro sobre el tema: “Comprendemos el interés por ver a American Pharoah, cuya presencia en el Travers es un honor para todos los neoyorquinos, pero lamentablemente debemos anunciar que no quedan tickets y limitaremos el ingreso a los 50.000 ya vendidos, nadie podrá ingresar sin su ticket. Lo que genera este caballo es increíble, hemos recibido pedidos de entradas de gente que incluso jamás ha pisado un hipódromo”.

No fue para menos la atracción considerando su condición de triple coronado (Ganó el Kentucky Derby, el Preakness y el Belmont Stakes), circunstancia que no se daba desde 1978 y el público deliró con el crack. Pese a su derrota ante Keen Ice, vale señalar que corrió a lo campeón, como todo el mundo esperaba, luchando toda la carrera conFrosted en la punta para caer recién en el final ante KeenSize. Nada opacó su categoría, que en definitiva no fue más que lo que tiene de imponderable el turf. Lo realmente importante y fantástico fue lo que logró antes de la carrera, concitar el interés de muchísima gente que significó una publicidad enorme para la actividad. 


¿Cómo se puede cuestionar que los pura sangre son siempre los protagonistas fundamentales del turf? No hay manera de discutir esta verdad absoluta.
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